Activista
Cristina Sariego Álvarez, presidenta de FESOPRAS, Vicepresidenta de CERMI-Asturias
“Las personas con discapacidad deben de formar parte activa de la sociedad, olvidando discrepancias y protagonismo, y viviendo y sintiendo como un todo”
24/10/2014
Beatriz Sancho/Fotos: Jorge Villa
Humor no le falta a Cristina Sariego Álvarez, la actual presidenta de FESOPRAS y también vicepresidenta de CERMI Asturias, cuando relata la ocasión en que sus compañeros sordos del colegio le preguntaron sobre el significado de la palabra “huelga” y la escribió en el encerado con ánimo de explicarles el concepto...
“Entró una de las monjas y vio la palabra escrita en la pizarra. Supo al instante que sólo yo había podido escribirla y tuve que cargar con un castigo”, precisa, “por nada menos que incitar a la huelga. ¡Tan pequeña y con conductas subversivas”, ríe Sariego cuando explica esta anécdota.
Pero la vicepresidenta del
CERMI Asturias, no escatima energía en parodiarse con cariño cuando cuenta otra más. Un día fue a solicitar un árbitro para un encuentro de fútbol de personas sordas (Cristina es sorda, aunque no de nacimiento) y dice que allí se “espantaron” al verla porque era la primera mujer que pisaba la Federación Asturiana de Árbitros. Pero lo realmente hilarante de la situación es que llamaban constantemente a su casa y preguntaban por ella pidiendo a su madre que se pusiera Cristina. “Mi madre entonces les decía: ¡pero si no oye, es sorda!”, explica sonriente, “¡Ya lo sé!” –respondían desde el otro lado del teléfono-. “¡Pero entiende!”. Dice que entonces, aquellas personas ignoraban que “leer los labios no implicaba oír desde el teléfono”.
Asimismo, hilando con las ocasiones anecdóticas refiere también Sariego que cuando tenía que mirar y escrutar el rostro de tal o cual director para entender lo que decía, como todos eran hombres en aquel entonces, sus miradas “cohibían a algunos provocando en ocasiones situaciones embarazosas”. Y con este humor como característica anímica, digamos que una física que sin duda destaca es esa tez morena de Sariego que, cuando uno la contempla, nunca pensaría que es asturiana, oriunda de Doñajuande, un pueblecito minero al abrigo de la incomparable Sierra del Áramo que le curtió esa piel envidiable con tanto esmero. Y si algo se cinceló además en esa tierra verde producto de carbón, pasto y buena gente, fue también un corazón generoso que Cristina ha ofrecido a los demás por vocación al servicio. Así lo demuestra, sin esfuerzo, este relato de una activista sorda y orgullosa de “haber roto trabas” y de que las personas sordas hayan salido de “una especie de coraza”, sean “libres” y hayan “avanzado” en la toma de sus propias decisiones.
DE ALUMNA A MAESTRA
Llama la atención que cuando Cristina se cuenta a sí misma, va mentando, con o sin consciencia, cada una de las escuelas por las que ha pasado. La primera que menciona es la pequeña escuela de La Vega, que abandonó por tenerse que trasladar a vivir a Oviedo. Y es que, a pesar de vivir feliz en ese lugar, según recuerda, también sufrió los primeros dos batacazos de su vida: la muerte del padre a los seis años y, al año justo, fatídica coincidencia, la llegada de su sordera. “De un día para otro, me quedé completamente sorda a causa de unas paperas”, asegura. Los más doloroso para ella, sin embargo, no fue haber perdido el sentido del oído, “como se puede suponer”, explica, “sino el cambio brusco de hábitat, familia y amigos”.
Y en el deambular por su historia, vuelve a referirnos, como mojones que delimitan su existencia, que fue en Oviedo donde empezó a estudiar en las ‘Escuelas Blancas’ con otras personas sordas durante unos años, hasta que se establecieron las hermanas de ‘La Purísima’ en la capital asturiana y fue internada hasta su mayoría de edad.
Y como “chocante” recuerda Cristina su primer contacto con niñas y niños sordos al compararlo con sus amigas y amigos del pueblo. Tanto que llegó incluso a preguntar a su madre, cuenta, el porqué de haberla metido “en una casa de locos”. Y es que en el centro, durante semanas, en aquella época, dice que sólo fue capaz de sollozar y sentir añoranza y extrañeza. Pero, poco a poco, y sin darse apenas cuenta, empezó a signar y a ver a otras niñas y niños como ella y, “gracias a ello”, subraya la activista, se le hizo todo “más sencillo y fácil” y terminó aceptando su sordera “sin traumas ni problemas”. Esa fue, menciona Cristina, “la ventaja de estudiar en un colegio para sordos”.
DEL BABLE A LA LENGUA DE SIGNOS
Sin embargo, Cristina se supo distinta desde el principio y fue precisamente su distinción lo que le impulsó a escribir un destino también distinguido y sólo para ella. Su diferencia respecto a sus compañeros era que sabía castellano: “lo había oído, y mis compañeras y compañeros, que habían nacido sordos, no”. Y de ahí florece esa vocación desmedida de servicio que comienza con la ayuda a los demás niños y niñas a redactar sus cartas cuando ellos se lo pedían. Asimismo, les explicaba conceptos desconocidos para ellos. Esa diferencia hizo que Cristina se “volcase en las personas sordas” y, a edad tan temprana, naciera en ella, tal y como ella misma ilustra, “la ilusión de ser maestra, enseñar, educar, dar y compartir todo lo que tenía y sabía”.
Cuanto menos, su forma de hablar extrañaba a las monjas de La Purísima de Oviedo que, de origen castellano, “mal iban a aceptar”, como dice ella misma, su “marcado bable”, el de su infancia en Riosa. Decía ‘pitu’ en vez de pollo y no diferenciaba entre ‘bonito’ y ‘guapo’. Hoy se asombra de que la “Llingua Asturiana” sea una asignatura optativa en muchos colegios “¡con lo que ella pasó!” por hablar bable. Pero, no se engañen, por lo visto, ni las monjas consiguieron que Cristina Sariego cambiara en este aspecto y ella misma da fe de que hoy por hoy sigue igual y de que muchos oyentes se sorprenden al escucharla todavía.
Pero las dificultades “se acrecentaron” en el siguiente bastión de su educación en el que, sin esfuerzo, quizás sin darse cuenta, insiste en su relato sacando a la luz la importancia que esta maestra da a la educación y a la enseñanza. Llegó el momento de estudiar Bachillerato y ella, por libre, lo realizó en el Instituto Femenino Aramo, de Oviedo. Las asignaturas eran para ella “harto difíciles” porque no había interpretes de lengua de signos y seguir las clases, los exámenes, asistir a reuniones o conferencias se le fue complicando. Las pasó “canutas”, asegura.
Pero su vocación la empujaba a luchar. Su ilusión seguía siendo ser maestra incluso cuando, entonces, según confiesa, no les dejaban ejercer y tenía una gran presión familiar para que dejase de “hacer tonterías” y buscase trabajo. Así fue como tuvo que dejar los estudios y trabajar como administrativa en unos grandes almacenes de Oviedo. Y como su destino estaba escrito, fueron estos conocimientos de administración los que la llevaron a colaborar con trabajos puntuales de su oficio con la Asociación de
Personas Sordas de Oviedo (ASO) y comenzó así, en 1969, su inacabable aventura como activista en el movimiento asociativo.
En ASO, donde se implicó más y más cada vez, recaló en puestos de importancia como contadora, tesorera, secretaria general, delegada de Deportes e incluso presidenta. Allí, por la inexistencia entonces de intérpretes profesionales, así como por la diferencia comentada al principio de su sordera “postlocutiva”, fue intérprete en numerosa ocasiones de sus compañeros y compañeras. Precisamente, su trayectoria en ASO, como Sariego reconoce, fue lo que la impulsó a convertirse en cofundadora, en 1993, de
FESOPRAS y a decir cómo eran las personas sordas. Y fue mediante cursos de Lengua de Signos Española (LSE) como en Asturias “se empezó a conocer a las personas sordas, su lengua, su cultura, su identidad, etc”.
Y el duende entró en su vida. Ese que todo activista del movimiento asociativo cuenta y que cada uno llama de una manera, pero que les hace a todos emprender una carrera frenética y apasionada, sentida y sin descanso, por el bien común del grupo con el que se identifican, por la discapacidad compartida, y por lograr “un mundo mejor” (todos repiten la consigna) para las demás personas con discapacidad y para todos. Por ello, Cristina Sariego no ha escatimado “ni tiempo ni esfuerzo” y ha dedicado su vida a tratar de ver felices a sus compañeras y compañeros sordos, rellenando “huecos” que, según ella, “faltaban en el movimiento asociativo. Pero aún más, dentro de sus experiencias como activista lo que realmente le ha llenado de orgullo ha sido tener el privilegio de ser testigo de la “consecución de aquello que, hasta el momento, se les había vetado”. Pero también de sentir que estaban “avanzando”, “conquistando” y entrando en un mundo en el que les decían que estuvieran “tranquilos” y que les iban a “ayudar” cuando lo que realmente querían ella y sus compañeros era poder decidir su “propio futuro”.
DE PROFESORA A ACTIVISTA
De su etapa como profesora de LSE guarda un recuerdo hermoso porque para Cristina Sariego compartir su lengua con profesionales, madres y padres, alumnas y alumnos diversos fue una forma, explica, “de romper barreras y atraer hacia la comunidad sorda a mucha gente”. Para ella, fue una manera de integrar ambas comunidades y es por ello que es menester destacar que fue la artífice de los primeros cursos de Intérpretes de Lengua de Signos en Asturias. Con la creación de este perfil profesional, para esta maestra, se derribaba una barrera inmensa porque dotó de libertad a muchas personas sordas que, hasta entonces, se veían obligados a ser acompañados por familiares oyentes en todos los ámbitos de su vida. Conseguían así, dice Sariego, “decidir por fin” por ellos mismos.
Pero ese gusanillo que picó a esta mujer comprometida y la convirtió en la activista que es hoy en día, hizo que tuviera que escoger entre su faceta de profesora y volcarse de lleno en su lucha para el bien de las personas sordas, en particular, y de todas las personas con discapacidad, en general. Eligió, obviamente, el movimiento asociativo y la implicación política, prueba de ello esos más de tres lustros que ostenta la presidencia de FESOPRAS y su representación, desde entonces, de las personas sordas de Asturias tanto “desde dentro de nuestro movimiento asociativo, y través de CERMI-Asturias, como desde fuera, a través de
CNSE”.
Al principio, cuando Cristina Sariego comenzó su carrera como activista, no había muchas mujeres en los altos cargos de las entidades del movimiento asociativo. Ella ni lo pensaba porque su meta estaba clara. Reflexionando se da cuenta de que el hecho de ser mujer ni le abrió ni le cerró puerta alguna en los arbores de su carrera política, aunque sí que es cierto que a la hora de viajar “siendo además de mujer, madre” y, a la hora de mantener reuniones con una “mayoría aplastante de hombres”, había “murmullos” y “recelos” ante algo que “no era lo habitual”. Vamos, que “no estaba bien visto”, resume Sariego, quien reconoce, no obstante, que su mente estaba inmersa en “esa lucha, esa batalla” y que era “ya muy tarde para echarse atrás” por el hecho de ser mujer. Por eso no le dio importancia a su género y, tal y como era entonces personalmente, fue “hacia delante” y siguió “batallando en todo lo que implicaba cambio, avances, pasos, logros por y para la comunidad sorda”.
Aún así, la presidenta de FESOPRAS considera que las mujeres sordas necesitan el empuje que les “confiera seguridad, empoderamiento y protagonismo” y que la existencia de las Comisiones de la Mujer en los CERMIS autonómicos y a nivel estatal, dota a las mujeres con discapacidad de esa seguridad que “antaño no teníamos”. En este sentido, considera la creación de la Fundación CERMI Mujeres como “un respaldo a todas las mujeres con diversidad” porque, a su parecer, encauzaría “nuestra fortaleza y nuestra lucha”.
Y si existe un hito destacable para esta asturiana a lo largo de su vida como activista, y que ella considera de vial trascendencia para la comunidad sorda, es sin duda el reconocimiento de la Lengua de Signos recogido en la Ley de Lengua de Signos y de Medios de Apoyo a la Comunicación Oral. La ley, explica Sariego, surge como respuesta a la lucha y reivindicaciones sociales del movimiento asociativo. Destaca Sariego que tuvo la oportunidad de vivir muy en directo el proceso y que, de hecho, participó en cada una de las acciones previas y finales, movilizaciones, etc. Todo el duro trabajo realizado entonces fue recompensado, según desvela, con “la emoción vivida en primera persona tanto en el Senado como en el Congreso de los Diputados”. De “inenarrable”, de hecho, califica la experiencia, pese a que considere que “hoy por hoy” las personas sordas aún estén reivindicando sus derechos y que, además, “tristemente”, la ley de la lengua de signos aún no es efectiva.
Por ello, la vicepresidenta de CERMI Asturias pide que las personas con diversidad tengan un lugar destacado que “todavía no tienen” en esta sociedad en la que vivimos porque las personas con diversidad, defiende, deben de formar parte activa de la misma, olvidando discrepancias y protagonismo. Viendo y sintiendo como un todo”.
Su mayor deseo es que se acabe con los mitos sobre las personas sordas y que se les acepte como son: "diferentes e iguales en derechos". Para ella, sumándose a la frase de Nelson Mandela, “la educación y la enseñanza son las armas más poderosas que puedes usar para cambiar el mundo”. Y es por ello que apuesta y lucha por una educación efectiva y de calidad para las personas sordas como trampolín para asegurarles un futuro mejor, más digno, más igualitario y equitativo lo que, por otra parte, conllevaría para su comunidad el acceso a la información, a la cultura y al trabajo en igualdad de condiciones. “¡Educación inclusiva y bilingüe ya!”, exige Cristina Sariego con sus 45 años cumplidos como activista y todavía en activo y “sin pausa”, como ella misma rubrica.